70 Smiljan Radic

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Casa para el Poema del Ángulo Recto . Vilches


+ arkcisur

ESTA CASA YA NO EXISTE / Después de diez años de uso la abandonamos y perdió toda capacidad de resistencia. Mostrar su imagen es intentar mantener vivos los grandes recuerdos, las escenas familiares y la casa. Se trata de llevar la realidad a una cosa tan intangible materialmente hablando como es la memoria, para así poder dejar atrás la realidad que, irremediablemente, cae agotada.












¿Por qué la abandonamos? Sencillamente, nos cambiamos a cuarenta metros de ella, a una casa más grande, más antigua y más incómoda también. Pero esta vieja casa de los años sesenta, aparentemente más débil, está de pie, resistió la intemperie y el abandono temporal que sufrió cuando comenzamos a habitar la Casa Chica. Esta casa durante cincuenta años fue la casa familiar donde se criaron las generaciones que hoy deben construir o reparar las estructuras que conviven en el sitio. Esta herencia asigna más resistencia a sus materiales, los cuales hoy parecen revivir nuevamente gracias a su ocupación. La Casa Chica fue pensada sólo para un momento específico de vida, como una especie de enlatado o conserva de vida útil: comprimida, promiscua e incómodamente placentera.
Pero, cuando una casa comienza a caer definitivamente, el problema es pensar qué realmente vale la pena mantener de pie, qué sería bueno salvar del abandono. Muchas veces los recuerdos bastan. Contrariamente, la realidad restaurada -fuera de sí- se convierte en ruido molesto. Ese viejo mundo reinstalado posee ese gusto agridulce que nos molesta si no fuera por su belleza y los años acumulados.
Porque el recuerdo parece ser absolutamente dependiente de su nitidez: va desde la híper realidad digital hasta los sueños, va desde lo nítidamente extraño hasta el abandono familiarmente borroso. Diez años para una casa no es mucho, pero para una casa pequeña es por lo menos discutible, para una casa pequeña quizás incluso baste menos. El problema de esta casa en particular es que fue construida de piedra, acero, vidrio y madera, el problema es que su estructura sugería mayor resistencia, parecía ser una instalación permanente. Pero una mirada atenta a sus detalles había de entender que esos materiales estaban colocados sólo por un sentido de oportunidad muy frecuente en estas tierras; eran materiales regalados, acumulados durante años, encontrados, y sus uniones habían sido proyectadas para desviar la sensación de novedad, para crear una atmósfera de permanencia artificial frente al paisaje de montañas y robles. Por esto, bastaron unos meses de descuido, un ratón y una piedra para que por unos agujeros se colase ese mundo que habitaba lo suyo alrededor, y esa condenada naturaleza la consumiera, retomando el lugar que le había sido usurpado por la construcción.
En unos años más, me gustaría hacer de los restos de la Casa Chica -o por lo menos en el lugar que ella ocupa- un pozo de agua. El reflejo de las montañas nevadas sobre un plano inmóvil de agua negra le vendría muy bien a toda la quebrada, un pozo así desfondado produciría una sensación subterránea, anclaría el artefacto al suelo más allá de su ocupación real, lo haría moverse hasta el recuerdo de su nueva imagen.

Hace algunos años viajé desde Valparaíso a Filadelfia en un barco mercante durante 32 días de ida y vuelta. En el viaje leí, en dos tomos, todo Vicente Huidobro y sólo Huidobro -novelas, poemas, manifiestos- al lado de una pequeña piscina cuadrada reservada para la tripulación. La piscina era estrecha, una cavidad sin fondo aparente; estaba pintada de un azul oscuro, idéntico al color del océano que en algunos tramos cruzamos. Llena con agua de mar, parecía un añico arrancado de él y en cada zambullida sentías -si la lógica no afirmara el contrario- que podrías pasar, cruzar todo el espesor del barco para quedar echado en medio de un horizonte circular.
Meses después del viaje, visité la tumba del poeta en el balneario de Cartagena en esa triste costa chilena. Recuerdo la lápida extrañamente fuera de lugar, descalzada por el saqueo de algún curioso. En ella, rezaba una frase recogida de los últimos poemas de Huidobro: "al fondo de esta tumba se ve el mar". Cuando la conocí, era una lápida en medio de un erial, solamente. Después supe que la Municipalidad del lugar colocó monolitos blancos alrededor, cercando el lugar con cadenas marinas para ambientar la sepultura. Hoy, seguramente, el epitafio perdió toda surrealidad.
La Casa Chica terminará siendo una historia familiar, con suerte una frase coloquial, un pozo profundo de agua muy fría, como la del río que corre en el fondo de su quebrada.
Smiljan Radic, arquitecto.

Arquitectos: Smiljan Radic
Proyecto: Casa para el Poema del Ángulo Recto
Ubicación: Vilches, Provincia de Talca, Chile
Cliente: Familia Radic Correa
Materialidad: estructura de hormigón armado; revestimientos interiores en madera de cedro; pavimentos de radier pulido; carpinterías de acero y madera
Superficie de terreno: 4,5 ha
Superficie construida: 165 m²
Año de proyecto: 2011
Año de construcción: 2012
Fotografías: Patricio Mardones, Gonzalo Puga, Smiljan Radic, Cristián McMannus.

Este texto fue publicado por Carlos Quintáns en la revista Obradoiro 33 del Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia, en marzo de 2008, a propósito de la desaparición de la Casa Chica (publicada en el libro Casas: obra de arquitectos chilenos contemporáneos de Ediciones ARQ,
1997) y la posterior construcción de la Casa A en Vilches (en revista ARQ 70, diciembre de 2009). La Casa para el poema del ángulo recto fue construida en el mismo lugar, justamente tras la destrucción de la Casa A.


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