ESCUELA DE COCINA EN SA PEÑA . IBIZA
Anna Llonch . PFC
El edificio se sitúa en el punto más alto del barrio de Sa Peña, en la ciudad de Ibiza. Este antiguo barrio pesquero esta físicamente delimitado por la muralla Renacentista y el mar. Sa Peña se caracteriza por su difícil acceso y sus recorridos laberínticos. Hay un solo acceso rodado, a pie de muralla, que conecta el barrio con la zona comercial de la Marina. A este aislamiento físico, se le suma una creciente degradación social y una carencia de equipamientos públicos. Se trata de un núcleo situado fuera de las murallas pero que actúa como barrio socialmente amurallado.
Su morfología urbana está claramente condicionada por la topografía, las casas se apilonan unas sobre las otras formando estrechos corredores que resiguen las curvas de nivel, formando anillos concéntricos. Transversalmente, empinadas escaleras conectan de manera puntual un anillo con otro, salvando el desnivel. El entorno urbano se lee como una masa excavada por un vacío de calles estrechas y retranqueadas.
La propuesta de la Escuela de Cocina pretende mejorar la situación del barrio, ofreciendo cursos formativos a jóvenes sin recursos para que en poco tiempo se puedan incorporar al ámbito laboral más potente de las baleares, la hostelería. Además se abre el edificio al público con bares y restaurantes creando un punto catalizador en el corazón del barrio.
El edificio nace como respuesta a una lectura del lugar y de las casas tradicionales ibicencas. Busca camuflarse entre los edificios existentes, no solo con la materialidad sino también con su volumetría y su escala. De la misma manera que hacen las construcciones de Sa Peña, el edificio parte de unos volúmenes simples que a partir de mecanismos de agregación forman un volumen complejo. Tres piezas iguales que reconocen las directrices del lugar, dejando que los giros y retranqueos se sumen a los de las edificaciones existentes.
El acceso se produce en dos niveles, definidos por el salto topográfico del terreno. En la cota superior, una de las piezas gira creando una grieta, un balcón que mira a la muralla conformando el acceso principal a la escuela. Forma parte de un recorrido que arranca en la parte comercial de la Marina y concluye en el la casa Broner. En el nivel inferior el edificio queda embebido por el terreno. Se produce un acceso secundario que forma parte del recorrido a pie de muralla. La escuela sirve de articulación y punto de conexión entre los dos recorridos, a partir de escaleras y rampas que cosen ambos niveles.
Los recorridos laberínticos de Sa Peña entran dentro del edificio, envolviendo su piel. Las líneas que dibujan el perímetro cobran fuerza y grosor, conformando un anillo perimetral que no sólo absorbe las circulaciones, sino también todo espacio servidor que la escuela necesita. A partir de este grosor de fachada el edificio se protege del exterior y libera los espacios principales haciéndolos más diáfanos y polivalentes.
El edificio adquiere un carácter monolítico, como las casas rurales ibicencas. Pero el aparente grosor del muro, no viene dado por su materialidad sino por el programa que integra. Se crea un muro habitable que adquiere un grosor distinto según el uso que absorbe. Una masa que esconde un vacío resguardado e impredecible desde el exterior. Se produce un efecto de desconcierto y sorpresa parecido al que se tiene caminando por las calles de Sa Peña.
Siguiendo las leyes concéntricas que definen la trama urbana de Sa Peña y el propio comportamiento de la muralla, la piel perimetral funciona como un elemento contenedor de otro. Este anillo perimetral y este vacío interno se pueden entender como dos edificios autónomos que se parasitan uno a otro, siendo dos caras de la misma moneda. Vacío y masa, contenido y contenedor, espacio servido y servidor. Los espacios principales adquieren una geometría abovedada a modo de vaciado escultórico. Se disponen creando un Raumplan tridimensional moldeado y ordenado por el anillo servidor. Hay tres tipologías volumétricas de espacio servido, éstas se repiten a lo largo del laberinto continuo de circulaciones que recorren la piel del edificio.
Las escaleras se agrupan en la fachada norte, encarada a la muralla, creando solapamientos y cruces entre ellas. En la plantas inferiores, las escaleras son macizas, a modo de vaciado del muro. En cambio, en las plantas superiores pierden este monolitismo y se convierten en un elemento mucho más ligero, que ya no es parte de la masa murária sino parte del vacío. Excavaciones verticales en el anillo servidor proporcionan luz cenital y ventilación natural.
Estos vaciados no sólo se producen en sección sino también en planta. Se crean nichos, huecos entre la masa del muro, que funcionan como accesos a los espacios servidos. Son puntos en los que el espacio servidor se estira hacia el exterior, y el edificio respira y recibe luz. Así, aunque la volumetría de cada espacio principal puede repetirse, la percepción del espacio cambiará dependiendo estos huecos y los efectos de luz que se produzcan.
El hormigón actúa como material único, dotando de carácter estructural a la piel del edificio. El doble muro, a modo de arbotante, recibe los empujes de las bóvedas, formando parte de una misma estructura monolítica. Se trata de una escultura de hormigón que, al igual que el material mismo, contiene perforaciones.
Anna Llonch . PFC
El edificio se sitúa en el punto más alto del barrio de Sa Peña, en la ciudad de Ibiza. Este antiguo barrio pesquero esta físicamente delimitado por la muralla Renacentista y el mar. Sa Peña se caracteriza por su difícil acceso y sus recorridos laberínticos. Hay un solo acceso rodado, a pie de muralla, que conecta el barrio con la zona comercial de la Marina. A este aislamiento físico, se le suma una creciente degradación social y una carencia de equipamientos públicos. Se trata de un núcleo situado fuera de las murallas pero que actúa como barrio socialmente amurallado.
Su morfología urbana está claramente condicionada por la topografía, las casas se apilonan unas sobre las otras formando estrechos corredores que resiguen las curvas de nivel, formando anillos concéntricos. Transversalmente, empinadas escaleras conectan de manera puntual un anillo con otro, salvando el desnivel. El entorno urbano se lee como una masa excavada por un vacío de calles estrechas y retranqueadas.
La propuesta de la Escuela de Cocina pretende mejorar la situación del barrio, ofreciendo cursos formativos a jóvenes sin recursos para que en poco tiempo se puedan incorporar al ámbito laboral más potente de las baleares, la hostelería. Además se abre el edificio al público con bares y restaurantes creando un punto catalizador en el corazón del barrio.
El edificio nace como respuesta a una lectura del lugar y de las casas tradicionales ibicencas. Busca camuflarse entre los edificios existentes, no solo con la materialidad sino también con su volumetría y su escala. De la misma manera que hacen las construcciones de Sa Peña, el edificio parte de unos volúmenes simples que a partir de mecanismos de agregación forman un volumen complejo. Tres piezas iguales que reconocen las directrices del lugar, dejando que los giros y retranqueos se sumen a los de las edificaciones existentes.
El acceso se produce en dos niveles, definidos por el salto topográfico del terreno. En la cota superior, una de las piezas gira creando una grieta, un balcón que mira a la muralla conformando el acceso principal a la escuela. Forma parte de un recorrido que arranca en la parte comercial de la Marina y concluye en el la casa Broner. En el nivel inferior el edificio queda embebido por el terreno. Se produce un acceso secundario que forma parte del recorrido a pie de muralla. La escuela sirve de articulación y punto de conexión entre los dos recorridos, a partir de escaleras y rampas que cosen ambos niveles.
Los recorridos laberínticos de Sa Peña entran dentro del edificio, envolviendo su piel. Las líneas que dibujan el perímetro cobran fuerza y grosor, conformando un anillo perimetral que no sólo absorbe las circulaciones, sino también todo espacio servidor que la escuela necesita. A partir de este grosor de fachada el edificio se protege del exterior y libera los espacios principales haciéndolos más diáfanos y polivalentes.
El edificio adquiere un carácter monolítico, como las casas rurales ibicencas. Pero el aparente grosor del muro, no viene dado por su materialidad sino por el programa que integra. Se crea un muro habitable que adquiere un grosor distinto según el uso que absorbe. Una masa que esconde un vacío resguardado e impredecible desde el exterior. Se produce un efecto de desconcierto y sorpresa parecido al que se tiene caminando por las calles de Sa Peña.
Siguiendo las leyes concéntricas que definen la trama urbana de Sa Peña y el propio comportamiento de la muralla, la piel perimetral funciona como un elemento contenedor de otro. Este anillo perimetral y este vacío interno se pueden entender como dos edificios autónomos que se parasitan uno a otro, siendo dos caras de la misma moneda. Vacío y masa, contenido y contenedor, espacio servido y servidor. Los espacios principales adquieren una geometría abovedada a modo de vaciado escultórico. Se disponen creando un Raumplan tridimensional moldeado y ordenado por el anillo servidor. Hay tres tipologías volumétricas de espacio servido, éstas se repiten a lo largo del laberinto continuo de circulaciones que recorren la piel del edificio.
Las escaleras se agrupan en la fachada norte, encarada a la muralla, creando solapamientos y cruces entre ellas. En la plantas inferiores, las escaleras son macizas, a modo de vaciado del muro. En cambio, en las plantas superiores pierden este monolitismo y se convierten en un elemento mucho más ligero, que ya no es parte de la masa murária sino parte del vacío. Excavaciones verticales en el anillo servidor proporcionan luz cenital y ventilación natural.
Estos vaciados no sólo se producen en sección sino también en planta. Se crean nichos, huecos entre la masa del muro, que funcionan como accesos a los espacios servidos. Son puntos en los que el espacio servidor se estira hacia el exterior, y el edificio respira y recibe luz. Así, aunque la volumetría de cada espacio principal puede repetirse, la percepción del espacio cambiará dependiendo estos huecos y los efectos de luz que se produzcan.
El hormigón actúa como material único, dotando de carácter estructural a la piel del edificio. El doble muro, a modo de arbotante, recibe los empujes de las bóvedas, formando parte de una misma estructura monolítica. Se trata de una escultura de hormigón que, al igual que el material mismo, contiene perforaciones.
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