Museo de la Vega Baja . Toledo
origen: gracias a Nieto Sobejano Arquitectos
Nuestra propuesta se origina como una intervención en un paisaje arqueológico antes que como un edificio. El yacimiento que en los últimos años está transformando el territorio de la Vega Baja supone algo más que una simple condición de partida: en la evocación de las ocultas leyes geométricas que sugieren las trazas del antiguo asentamiento visigodo reside también la estructura formal del proyecto. El área en que se construirá el museo forma parte de un vacío de enormes dimensiones situado entre el núcleo histórico de Toledo, la ribera del Tajo con los edificios de la antigua Fábrica de Armas y la extensión residencial de la ciudad hacia el Norte. Se plantea entonces la cuestión de cómo transformar un terreno ahora desolado en un espacio público, un lugar que los ciudadanos puedan frecuentar para pasear o descansar a un tiempo que visitar los restos arqueológicos de aquella ciudad aun desconocida, expresión del vínculo del Toledo actual con su pasado.
Acaso toda arquitectura surja siempre de un vacío que paulatinamente se va revelando, va dibujando su perímetro en el transcurso del tiempo. Por ello al tratar de reconocer las leyes geométricas latentes en las trazas descubiertas, nos hacemos otra pregunta: ¿Es posible arrancar con una sencilla regla, proyectar siempre lo mismo y sin embargo no repetirse? Son conceptos que también podemos asociar al paciente trabajo de los arqueólogos, a la arquitectura como proceso que se ve continuamente alterado por azares y necesidades. Una pauta geométrica inicial -una modulación regular y ortogonal- se ve interferida por otro orden poligonal que, a semejanza de los fragmentos encontrados en el lugar, genera complejidad espacial a partir de una elemental regularidad planimétrica. Sugerimos una propuesta de intervención en todo el ámbito de la zona protegida: un parque arqueológico en continuo proceso de transformación. Definimos recintos que delimitan áreas excavadas y otras aun vacías, imaginamos huellas susceptibles de transfigurarse en espacios y estructuras arquitectónicas. El nuevo jardín arqueológico se extiende como un tapiz geométrico que conectará un nuevo paisaje urbano con la lejana memoria de su pasado histórico. Durante el período previsiblemente largo y dilatado en el tiempo que emplearán los arqueólogos para ir desvelando paso a paso las trazas de la antigua capital visigoda, los ciudadanos podrán disfrutar de un parque con zonas de sombra, juegos infantiles y taludes verdes formados por el terreno resultante de las excavaciones, que coexistirán con recintos que protegen las ruinas ya encontradas y consolidadas. Pequeños pabellones informativos acompañarán el recorrido coordinados con el Centro de Interpretación ubicado en el museo. Los recintos se irán ampliando o reduciendo, delimitando y musealizando de acuerdo al ritmo del avance de los trabajos, en un insólito jardín arqueológico -un paisaje tallado- en continua transformación.
El edificio del Museo se genera como parte de ese paisaje. No tiene una forma prefijada, sino que surge como una suma de piezas, como fragmentos de un conjunto mayor ensamblados a partir de una geometría poligonal que favorece múltiples conexiones entre elementos similares que cambian de escala en función de sus necesidades de espacio y se conectan unos a otros con la claridad de un organigrama funcional. Entre un volumen y sus contiguos aparecen espacios intersticiales profundos y estrechos, inesperados protagonistas del nuevo edificio. El acceso principal se produce en la confluencia del Paseo del Cristo de la Vega con la entrada al campus universitario, a través de un amplio vestíbulo interior al que abren las distintas funciones del museo: salas de exposiciones permanentes y temporales, centro de interpretación, biblioteca, tienda, salón de actos y café. El edificio no se ha concebido, por tanto, como un organismo centralizado: el centro se desplaza de un espacio a otro, se configura como una secuencia de recintos conectados entre sí. Las salas de exposición permanente se ubican en volúmenes autónomos distribuidos en dos niveles con diferentes características espaciales y museográficas. La doble piel que envuelve los cuerpos del edificio define una banda que alberga servicios, instalaciones, escaleras y ascensores, expresando la distinta cualidad material de sus dos caras: opaca y texturada al exterior, cálida y continua en los revestimientos del interior de las salas. El carácter monolítico de las edificaciones responde no solo a su condición material y espacial, sino que es también resultado de una voluntad de atención a criterios de sostenibilidad pasiva: protección solar, gran inercia térmica y ventilación natural, características que reducen el empleo de energías no renovables. La opacidad de los muros y cubiertas de hormigón se interrumpe únicamente en determinadas zonas por medio de amplios huecos: así sucede en el Centro de Interpretación abierto al yacimiento, en el café-restaurante, en el auditorio, o a través de un gran ventanal en el museo, desde donde se divisa el perfil de la ciudad de Toledo.
La arquitectura tiene el poder de evocar en un lugar muchos otros lugares, reales o soñados: es capaz de contener en un espacio todos los espacios que algún día hemos visto o imaginado. Tal vez por ello en nuestra propuesta para el Museo de la Vega Baja son capaces de convivir inesperadamente textos poéticos que un día leímos, ocultas geometrías urbanas, fragmentos de piezas arqueológicas, intervenciones artísticas contemporáneas en el paisaje, o la evocación de paseos entre las ruinas de algún remoto pasado. Todos ellos forman parte inseparable de la materialización de una idea que -sin saberlo- existía previamente en nuestra memoria.
MUSEO DE LA VEGA BAJA DE TOLEDO
Concurso 2010
Fuensanta Nieto – Enrique Sobejano
Rocío Domínguez
Pedro Guedes
Vanesa Manrique
Sebastián Sasse
Lourenço van Innis
Maquetas
Nieto Sobejano
Juan de Dios Hernández – Jesús Rey
Nuestra propuesta se origina como una intervención en un paisaje arqueológico antes que como un edificio. El yacimiento que en los últimos años está transformando el territorio de la Vega Baja supone algo más que una simple condición de partida: en la evocación de las ocultas leyes geométricas que sugieren las trazas del antiguo asentamiento visigodo reside también la estructura formal del proyecto. El área en que se construirá el museo forma parte de un vacío de enormes dimensiones situado entre el núcleo histórico de Toledo, la ribera del Tajo con los edificios de la antigua Fábrica de Armas y la extensión residencial de la ciudad hacia el Norte. Se plantea entonces la cuestión de cómo transformar un terreno ahora desolado en un espacio público, un lugar que los ciudadanos puedan frecuentar para pasear o descansar a un tiempo que visitar los restos arqueológicos de aquella ciudad aun desconocida, expresión del vínculo del Toledo actual con su pasado.
Acaso toda arquitectura surja siempre de un vacío que paulatinamente se va revelando, va dibujando su perímetro en el transcurso del tiempo. Por ello al tratar de reconocer las leyes geométricas latentes en las trazas descubiertas, nos hacemos otra pregunta: ¿Es posible arrancar con una sencilla regla, proyectar siempre lo mismo y sin embargo no repetirse? Son conceptos que también podemos asociar al paciente trabajo de los arqueólogos, a la arquitectura como proceso que se ve continuamente alterado por azares y necesidades. Una pauta geométrica inicial -una modulación regular y ortogonal- se ve interferida por otro orden poligonal que, a semejanza de los fragmentos encontrados en el lugar, genera complejidad espacial a partir de una elemental regularidad planimétrica. Sugerimos una propuesta de intervención en todo el ámbito de la zona protegida: un parque arqueológico en continuo proceso de transformación. Definimos recintos que delimitan áreas excavadas y otras aun vacías, imaginamos huellas susceptibles de transfigurarse en espacios y estructuras arquitectónicas. El nuevo jardín arqueológico se extiende como un tapiz geométrico que conectará un nuevo paisaje urbano con la lejana memoria de su pasado histórico. Durante el período previsiblemente largo y dilatado en el tiempo que emplearán los arqueólogos para ir desvelando paso a paso las trazas de la antigua capital visigoda, los ciudadanos podrán disfrutar de un parque con zonas de sombra, juegos infantiles y taludes verdes formados por el terreno resultante de las excavaciones, que coexistirán con recintos que protegen las ruinas ya encontradas y consolidadas. Pequeños pabellones informativos acompañarán el recorrido coordinados con el Centro de Interpretación ubicado en el museo. Los recintos se irán ampliando o reduciendo, delimitando y musealizando de acuerdo al ritmo del avance de los trabajos, en un insólito jardín arqueológico -un paisaje tallado- en continua transformación.
El edificio del Museo se genera como parte de ese paisaje. No tiene una forma prefijada, sino que surge como una suma de piezas, como fragmentos de un conjunto mayor ensamblados a partir de una geometría poligonal que favorece múltiples conexiones entre elementos similares que cambian de escala en función de sus necesidades de espacio y se conectan unos a otros con la claridad de un organigrama funcional. Entre un volumen y sus contiguos aparecen espacios intersticiales profundos y estrechos, inesperados protagonistas del nuevo edificio. El acceso principal se produce en la confluencia del Paseo del Cristo de la Vega con la entrada al campus universitario, a través de un amplio vestíbulo interior al que abren las distintas funciones del museo: salas de exposiciones permanentes y temporales, centro de interpretación, biblioteca, tienda, salón de actos y café. El edificio no se ha concebido, por tanto, como un organismo centralizado: el centro se desplaza de un espacio a otro, se configura como una secuencia de recintos conectados entre sí. Las salas de exposición permanente se ubican en volúmenes autónomos distribuidos en dos niveles con diferentes características espaciales y museográficas. La doble piel que envuelve los cuerpos del edificio define una banda que alberga servicios, instalaciones, escaleras y ascensores, expresando la distinta cualidad material de sus dos caras: opaca y texturada al exterior, cálida y continua en los revestimientos del interior de las salas. El carácter monolítico de las edificaciones responde no solo a su condición material y espacial, sino que es también resultado de una voluntad de atención a criterios de sostenibilidad pasiva: protección solar, gran inercia térmica y ventilación natural, características que reducen el empleo de energías no renovables. La opacidad de los muros y cubiertas de hormigón se interrumpe únicamente en determinadas zonas por medio de amplios huecos: así sucede en el Centro de Interpretación abierto al yacimiento, en el café-restaurante, en el auditorio, o a través de un gran ventanal en el museo, desde donde se divisa el perfil de la ciudad de Toledo.
La arquitectura tiene el poder de evocar en un lugar muchos otros lugares, reales o soñados: es capaz de contener en un espacio todos los espacios que algún día hemos visto o imaginado. Tal vez por ello en nuestra propuesta para el Museo de la Vega Baja son capaces de convivir inesperadamente textos poéticos que un día leímos, ocultas geometrías urbanas, fragmentos de piezas arqueológicas, intervenciones artísticas contemporáneas en el paisaje, o la evocación de paseos entre las ruinas de algún remoto pasado. Todos ellos forman parte inseparable de la materialización de una idea que -sin saberlo- existía previamente en nuestra memoria.
Piedra(s) de sol
Enrique Sobejano . Fuensanta Nieto
MUSEO DE LA VEGA BAJA DE TOLEDO
Concurso 2010
Situación
ToledoArquitectos
Nieto Sobejano Arquitectos S.L.P.Fuensanta Nieto – Enrique Sobejano
Colaboradores
Alfredo BaladrónRocío Domínguez
Pedro Guedes
Vanesa Manrique
Sebastián Sasse
Lourenço van Innis
Maquetas
Nieto Sobejano
Juan de Dios Hernández – Jesús Rey
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