Joan Massagué

Centre Català-Roca . Valls


Joan Massagué Sánchez . PFC

“Un proyecto que transmita naturalidad y que se sienta así al recorrerlo y vivirlo.”
Éstas son, básicamente, las intenciones que, a posteriori y viendo el proyecto con perspectiva, me agradaría que se entendiesen sin la necesidad de leer una memoria que nace como una mera constatación escrita de lo que en su día vi nacer de sensaciones, dibujos y modelos.





































Sobre conceptos, continuidades y aproximaciones.
“Me gustaría pensar que la arquitectura sólo puede entenderse desde la deformación y tergiversación de un concepto inicial a través del respeto a las continuidades y aproximaciones a un lugar, programa o cliente, siendo estos protagonistas circunstanciales en el resultado final del proyecto. Así, tanto en cuanto son meros [de]formadores, la idea debe por fuerza tornarse en algo que vaya más allá del hic et nunc, acercándose a un sustrato más profundo que sólo el tiempo dirá si era el acertado. Acercándose, por tanto, a una idea de esencia desvinculada de lo temporal o lo particular.”

I. Contexto e historias adyacentes.
El proyecto se ubica en la localidad de Valls, al norte de Tarragona, que junto a ésta y Reus define el área conocida como Camp de Tarragona.
La estrategia inicial nace de la reflexión acerca de la relación entre dos realidades opuestas existentes en muchas localidades de origen medieval: el casco intramuros, protegido, denso y rico en espacios e historia, y las coronas productivas extramuros, libres de la opresión del centro, pero a su vez alejadas del mismo por un simple muro y, en el caso de Valls, por una topografía muy accidentada.
Esta relación inexistente provoca algo curioso, un aislamiento y deterioro marginal mútuo. El centro carece de vías de escape y abusa de la endogamia para seguir creciendo. Así, el deambular entre calles, callejuelas y portales desaparece en aras de culs-de-sac y organizaciones urbanas carentes de jerarquía clara. La corona, por su lado, se aísla, y perdiendo el sentido productivo comercial de antaño queda relegada al desuso y decadencia. Dos mundos que se miran y se reflejan, pero que no se hablan. Sería interesante pensar que las soluciones no están en el propio problema sino en la dermis, en la zona de contacto entre las dos realidades. Entender que el solar vacío de la calle de la muralla debe comprender y ajustarse a unas reglas de juego “medievales” y se debe valer de los accidentes topográficos para sacar su máximo rendimiento, y que la calle mayor no debe acabar de manera abrupta en la iglesia, sino que debe rodearla y verla como el eje sobre el que dejarse caer hasta el torrente fértil que antiguamente dio la riqueza para su construcción.
Proyectar, por tanto, desde un deambular constante, desde el control de los ritmos, paradas y gestos que la ciudad parece estar insinuando. Retorciendo una línea, y no un segmento, porque no se sabe su punto de origen ni su final, cómo aquel transeúnte que empieza su caminar por la gran metrópolis y no sabe dónde acabará, que disfruta de la acción de recorrer y no lo hace cómo un mero acto de desplazamiento.1 Esto, más o menos, es lo que a mi parecer necesitaba el lugar, desde lo urbano a lo particular, un recorrido que se alejase del “objeto” y se acercase al error, a lo inesperado de lo cotidiano.
Sobre idas y venidas [y descubrimientos del andar]
“Una línea que gira, se contornea, vuelve, quiebra, pero no rompe. No acaba. Me gustaría imaginar los proyectos así. Naturales. No ser capaz de discernir plenamente donde está el inicio o el final del edificio, del parque, de la iglesia… y tener que investigarlo todo. No es una escuela, ni un bosque, ni una plaza. Dar por sentado que lo que ahí se propone no es más que el cultivo para algo que pasará más adelante y que poco podemos controlar. Es el tablero de un mundo de posibilidades. Dejar un mundo abierto y dar la bienvenida al mismo con la máxima naturalidad y respeto”

II. Puertas, ademanes y reverencias 2.
Unas rampas que nacen en el ábside de la iglesia bajan a una plaza, definida por un edificio que genera fachada, una zona verde vinculada a la bajada al torrente y al paseo sobre el mismo, o unas funcionales rampas de acceso un aparcamiento. Todos ellos son proyectos que en su raíz sólo se pueden calificar como simples o inmediatos. Lo que no es inmediato es el trato especifico de cada una de sus partes. El detalle urbano. La escala de las cosas. Una ventana que no es más una ventana, un zócalo que varia su altura, una barandilla que deviene banco o marquesina, pavimentos que cambian de dirección o definen una zona de terraza. Árboles desordenados contenidos por otros que no lo están y te llevan a una explanada verde, la hiedra que se apodera[rá] sin remedio de los muros de la muralla y un [alto y estrecho, y secreto] portal que lleva a unas escaleras que llevan a una plaza recogida. Así y sólo así entiendo el proyecto. Como un juego de estrategia donde unos jugadores, a mí me gusta llamarles monstruos, [de]forman lo objetivo y anodino del tablero inicial. Y los imagino siendo los primeros que pondrán en crisis el proyecto, y que, una vez hecho, facilitaran al habitante la tarea de, sin prejuicios, hacérselo suyo, pintarlo, caminarlo, romperlo o vestirlo.
Me interesa lo que la arquitectura puede proponer a alguien sin previa explicación de lo que allí acontece. La emoción del descubrir, del crear unas reglas de juego propias para cada visitante. Me interesan los ademanes y reverencias, las folies, que una arquitectura puede hacer para que esto acontezca.
Sobre niños y el escondite. Y el corre que te pillo.
“Quizás porqué hace un tiempo que lo dejé de ser, y no querría dejar de serlo. Me gusta la actitud infantil con el mundo que les rodea. Saltan, gritan, tocan, se ensucian. Una barandilla acorde con la normativa no es más que un estupendo xilofón. Las ventanas son para asomarse y gritar, y un estuco veneciano tiene la función de ser la superficie por donde pasear la mejillas un rato. No hay un ápice de prejuicio en sus actos. Aún no se han dejado contagiar per la cultura del lugar. Todo es puro y cristalino. Un niño no necesita al mundo, porque con un par de niños más ya tiene mundos nuevos y efímeros para pasar la tarde.
Si la arquitectura consiguiese, por un momento, ser un niño y contagiarnos de ello a nosotros, ya sería, para mí, una arquitectura completa.”

III. Tacto, luces, sombras. Y escaleras.
Me gusta imaginar que dentro del deambular inconsciente por un lugar, un edificio puede llegar a tener la capacidad guiarme, sin necesidad de carteles y demás recursos inmediatos. Pensar el edificio y que , durante, vaya modelándose, explorando niveles y recursos que intenten aunar las sensaciones propias de los espacio que van apareciedo.
Creo fuertemente en el trabajo de los sentidos en la arquitectura. En la capacidad táctil de la arquitectura. La posibilidad de entender el acabado como una suerte de perro lazarillo. Cada espacio en el edificio se reviste de manera acorde con ello. El zócalo toma aquí el carácter de guía. Sube, baja, desaparece. Porqué no pensar que alguien curioso se deja llevar por el deslizar de su mano por la superficie fresca y lisa del acabado pétreo. Y entiende dónde está, y que es lo que el espacio suscita. Como lo entiende si abre los ojos. Las aberturas y la reflexión tanto en paredes como suelos y techos. Un espacio de materialidad neutra donde sólo el impacto de la luz, la claridad o la penumbra dotan de ritmo al recorrido. Ventanas, quiebros, columnas, lucernarios. Y cambios de altura, la idea de raumplan. Todos ellos aparecen y desaparecen, como si se estableciese un diálogo al que solamente el movimiento puede dotar de sentido. Y, por último, las escaleras. Ese elemento tantas veces repudiado. Aquí quizás se entiendan como un homenaje. Se muestran como el elemento final que todo lo aúna. Como una escapatoria. Escapa la luz, se filtra y traslada. Y se escapa el recorrido. El edifico carece de callejones sin salida. Una escalera principal recibe la ayuda de una segunda, que relaciona los espacios de posible trabajo común de los habitantes [¿fotógrafos?]. Y los pavimentos se mueven, y te arrastran. Todo lo que en principio era simple y ortogonal, queda perdido entre el parloteo de los actores que poco a poco colonizan el espacio.
No hay complejidad en el planteo. Ni siquiera una ocurrencia en la forma. Simplemente hay detalles. Fragmentos [monstruos] que al moverse uno a su lado también comienzan a andar.

1 Mercè Lorente + Laura Sanchís | Projecte d’habitatges al Poble Nou
2 Una Conversación o el Aplauso del Italiano, Xumeu Mestre + Josep Quetglas | El Corquis 128 previa


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